Si te levantas por la mañana y vas a desayunar ¿Qué preferirías tomar? ¿Un té o un café?

Según los últimos estudios al respecto tu decisión puede estar grandemente influenciada por tus genes, principalmente por aquellos que regulan la percepción del sabor amargo.

Tanto el té como el café contienen sustancias amargas que les dan su sabor particular, como por ejemplo la cafeína, en el caso del café. Esta deliciosa bebida africana puede tener también otras sustancias amargas como la quinina, si, la misma que sustancia presente en el agua tónica y en ciertos medicamentos contra la malaria.

Equipos de investigación en Australia y Estados Unidos han llegado a la conclusión de que los genes relacionados con la forma y el grado en que captamos el amargo en los alimentos influyen poderosamente en nuestras elecciones.

“Ya sabíamos por investigaciones anteriores que los factores heredados juegan un rol en la cantidad de café o té que consume una persona”, aseguró Daniel Hwang, investigador de la Universidad de Queensland (Australia).

Hwang y sus colegas de la Universidad del Noroeste en Chicago, Estados Unidos, se basaron en los  datos recopilados por proyecto UK Biobank, que posee información sobre la salud y la composición del genoma de más de 400.000 personas en todo Reino Unido.

Los investigadores estudiaron la relación entre el consumo de té, café y alcohol en correspondencia con los genes que se encargan de percibir tres sustancias amargas de prueba: la cafeína, la quinina y una sustancia sintética llamada propiluracilo (PROP).

Para el estudio se seleccionaron participantes con distintos patrones genéticos para los receptores del sabor amargo, encontrando que aquellos que tenían mayor sensibilidad a la cafeína tenían un 20% más de probabilidad de tomar más de cuatro tazas de café por día.

Estos consumidores sensibles a la cafeína tenían menos probabilidad de consumir té, debido a la facilidad con que podían “engancharse” al café, es decir, volverse adictos a sus efectos estimulantes, puesto que el café contiene mayor cantidad de cafeína que el té.

Por el contrario, los participantes con variaciones genéticas con mayor sensibilidad a los sabores de la quinina y al propiluracilo eran más propensos a consumir más de cinco tazas de té diariamente, y menos posibilidades de elegir el café.

No se ha aclarado completamente cuál es la razón de esa conexión genética-psicológica. Una de las probables explicaciones es que las personas más sensibles a la quinina y al propiluracilo, sean más sensibles a los sabores amargos, haciendo que el fuerte sabor amargo del café sea demasiado intenso para ellos.

Los investigadores también encontraron que aquellos individuos con una mayor sensibilidad al propiluracilo tienen una menor probabilidad a consumir alcohol.

Obviamente nuestros gustos no están totalmente determinados por nuestra carga genética. El Dr. Hwang asegura que “Tal vez no te gustaban las características amargas del café o el té cuando eras niño, pero habrás visto que los sabores o comportamientos dietéticos pueden cambiar con el tiempo“,  aseguró el investigador en publicación hecha en el sitio web The Conversation.

“Así que, aún si tuvieras el gen ‘equivocado’ en materia de sabores, puedes aprender a disfrutar bebidas y comidas con sabores deliciosamente amargos”, concluyó.